

Me vais a permitir que hoy no escriba para hablaros sobre trucos y secretos de belleza, de cuidados especiales o de estar en forma.
Hoy es un día muy especial. Y quiero recordarla. Que sepáis de ella. Que formó parte de mi vida. De nuestras vidas. Y que hoy hace un año nuestras vidas cambiaron.
Os escribo esto hoy porque mañana, día 4 de mayo, estaré lejos y desconectada de las redes. Mañana sábado día 4, hará un año que mi hermana se fue. Nos dejó. Sin previo aviso. O quizás sí que avisó…
Muchos de vosotros posiblemente reconozca, desafortunadamente, este lamento del que os escribo.
Prometía ser un viernes más o menos normal. Yo iba a pasar el fin de semana con ella y con nuestros pequeños de 10 y 11 años.
Pero llegué unas horas antes, no las suficientes tal vez, mientras los niños estaban aún en clase, porque mis padres ya estaban en su casa y me avisaron de que “No se encontraba bien…”.
Todo fue muy rápido cuando llegué. Aunque creo que hacía días ella ya lentamente había empezado a dejar escapar la vida.
Lo que más me duele e incluso me ha atormentado ahora, ya sin ella, es que la he re-descubierto. No sabía que su fragilidad no tenía límites. Ni que sus miedos fueran tan inmensos. Lo intuía, sí. Pero sólo eso.
Mi hermana era un corazón demasiado sensible y limpio para un mundo difícil y extraño que se le hacía complicado. Buscaba refugio creando el suyo propio y disimulando y escondiendo, o sólo dejando entrever, sus angustias. Era sociable y amable. Siempre queriendo ser útil para los demás. Ayudar, reír, sonreír y dar consuelo era su prioridad a los más desfavorecidos y a los que sentía tan frágiles como ella.
Si alguien la ha conocido, vale. No era perfecta. Pero a mí hoy ya se me han olvidado todos y cada uno de sus defectos. Se han borrado de mi cabeza, de mi corazón. Dudo ya si es que tuvo alguno. Cada uno de estos 365 días que han pasado la he llorado y la he recordado por lo más bonito que fué.
Nuestra relación era de hermanas. Ni más ni menos. Con encuentros y desencuentros. Ahora su espacio vacío me produce una sensación dolorosa de soledad. Es increíble.
Mi tata. Mucha gente de mi entorno no sabía ni su nombre. Porque yo solo la llamaba así: tata.
Al final se rompió. Se rindió. Y recuerdo ese día tan terrible que me tocó vivirlo junto a mis padres hechos añicos por perder a una hija. Afrontarlo a su lado fue la peor pesadilla. Ante mis ojos se volvieron dos diminutas criaturas que yo quería proteger de su dolor …¡Tanto dolor…!
Y mi sobrino. Le veía jugar a lo lejos a la salida del colegio riendo con sus compañeros y a cada paso que daba, cada metro que me acercaba pensaba “Que injusto…un paso menos para cambiar la vida de un niño…en un segundo” No quería avanzar. Iba tan lenta queriendo retrasar ese momento… Lo hubiera hecho eterno. Después de hablar y llorar juntos, Joel de 10 años, tenía claro una cosa: “Madrina, quiero volver a abrazar a mi madre…” y así pudo hacerlo. Una imagen que me es imposible describir aquí.
Aquella noche, cuando me lo llevé a dormir a mi casa, en el coche, Joel vió una estrella. La más grande y bonita que lucía. Le iban cayendo lagrimones sin parar. Pero sin llanto. Sereno. Me la señaló: “Mira madrina…”Sentimos entonces que era ella. Se lo pude hasta jurar para reconfortarle. Sólo eran 10 años para sentir tanto dolor.
Quizás mi hermana sabía que desde otro plano podría cuidarnos y protegernos mejor. Aquí sus miedos no se lo permitían. ..y ella lo sabía. Pensar así también me reconforta a mí y me hace posible entender todo esto.
Mi hermana era de verdad una artista. Inteligente, creativa, sensible y con una imaginación desbordante.
Vivir, simplemente vivir, es lo más peligroso que tiene la vida. Es más o menos una frase de una canción de Alejandro Sanz. Y ella la vivió a su manera. Probablemente tal y como sus miedos se la permitieron vivir.
Quiero que la veáis en estas fotos. Así la recuerdo y la recordaré siempre. Ella tenía ese punto salvaje. Un espíritu libre, rebelde y tantas veces indomable aparentemente. Amante de los animales; sus perros eran todos recogidos de la calle… estoy segura de que se escuchaban en largas conversaciones. Niebla, Tamalane, Sandrino, Camelot…
Sus cigarrillos y el mar. Siempre cerca del mar.
Quiero que sepáis que fue parte de nuestras vidas. Que un día ella me dio la bienvenida con 5 añitos cuando me cogió en brazos y que a mí me ha tocado despedirla.
La sigo llorando. He aprendido ahora a abrazar más fuerte que nunca a nuestra madre. Hace un año, en el día de la madre, ella velaba a su hija. Mi padre es más esquivo mostrando su dolor. Prefiere romperse solo. Para no hacernos sufrir más…
Papá, mamá : os quiero. Me da mucha pena que os haya tocado vivir esto.
Y a mi sobrino. Que le debo todos los abrazos que ella ya no le dará. Cuando le veo y le achucho, cierro los ojos para sentirla.
Nadie sustituye el abrazo de una madre. Pero ella sabe que lo intento con todas mis fuerzas. Mis hijos echan de menos también el calor de los suyos.
Cada noche me llamaba a la hora en que yo preparaba la cena para explicarme las mismas cosas… Y me mosqueaba por su negatividad y le echaba la bronca por ello. Ahora echo de menos su llamada, su voz. Tanto…!
Así os la enseño. Un espíritu libre que quizás no encajó en el lugar o en el tiempo que le tocó vivir.
La vida sigue, si. Pero será ya diferente.
Se me han quedado muchas cosas dentro para decirle. Lamentablemente he hecho mía, y sin su permiso, la canción de Dani Martín. Creo que no le importará.
Cada una de sus frases, estrofas y estribillo, es una oración que le hablo cada día. Su canción ha puesto voz a mi alma y ha podido dar forma a emociones que me atormentaban y revoloteaban muy dentro sin poderlas sacar.
Me encantaría que esto lo leyera mucha gente. Por ella. Para que todo el mundo supiera que ella estuvo aquí. Que repartió muchas cosas bonitas. Que dejó mucho amor…
Ella pensaba que lo estaba haciendo mal. Pero sólo fue el miedo lo que le impidió no hacerlo del todo bien…
Eso, afortunadamente, si que se lo pude decir unas semanas antes en una de nuestras conversaciones.
Hoy es el día de Mi Lamento .Uno más.